sábado, 5 de marzo de 2016

El fundamento filosófico de "El árbol de la ciencia"


Supongo que, en principio, os parecerá un auténtico “rollo” que en una novela esté presente también la filosofía (sobre todo a vosotros, que tan aficionados sois a establecer compartimentos separados para los distintos saberes). Pero con el tiempo, os daréis cuenta de que: todo está relacionado con todo y de que la filosofía está en todas partes (bueno al menos para mí que tengo una forma “particular” de ver las cosas). 

Pues bien, la filosofía aparece en “El árbol de la ciencia” no sólo porque establece la nota erudita por parte del autor, (conocer a los principales filósofos era, en la época en que Baroja escribe el libro, señal inequívoca de ser una persona formada), sino también por una razón mucho más profunda: el protagonista de "El árbol de la ciencia", Andrés Hurtado, intenta explicarse a sí mismo y al mundo que le rodea… y esto es lo que ha intentado, desde sus orígenes, la filosofía. 

Como también estáis estudiando Historia de la Filosofía, os estaréis dando cuenta de que hay filósofos con los que no estamos de acuerdo en absoluto; en cambio otros parece que reflejan “de forma ordenada y sistemática” lo que nosotros pensamos, o nos convencen por su forma de argumentar. Para entendernos, unos nos gustan más y otros nos gustan menos… o nada. 

Andrés Hurtado lee filosofía, reflexiona sobre ella, dialoga, sobre todo con el tío Iturrioz… e intenta, mediante lo que aprende y las conclusiones a las que llega, orientar su vida y dar sentido a las cosas que hace… El problema es que Andrés Hurtado se convencerá poco a poco de que “la vida” no tiene finalidad ni sentido, y esta idea, que le perturba y le inquieta, acabará guiando su propia existencia. “Uno tiene la angustia, la desesperación de no saber qué hacer con la vida, de no tener un plan, de encontrarse perdido, sin brújula sin luz adonde dirigirse” (cuarta parte, punto 1: plan filosófico).

La obra de estáis leyendo lleva como título “El árbol de la ciencia” ¿por qué?... la respuesta a esta misma pregunta os la ofrece Pío Baroja en el diálogo entre el tío Iturrioz y Andrés Hurtado (se encuentra en la cuarta parte: INQUISICIONES. Punto 3: el árbol de la ciencia y el árbol de la vida). “El árbol de la vida era inmenso, frondoso y, según algunos santos padres, daba la inmortalidad. El árbol de la ciencia no se dice como era; probablemente sería mezquino y triste. (…) Pues al tenerlo a Adán delante, le dijo: Puedes comer todos los frutos del jardín; pero cuidado con el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque el día que comas su fruto morirás de muerte. Y Dios seguramente añadió: “Comed del árbol de la vida, sed bestias, sed cerdos , sed egoístas, revolcaos por el suelo alegremente, pero no comáis del árbol de la ciencia, porque ese fruto agrio os dará una tendencia a mejorar que os destruirá”… pero ¿qué significa esto tan raro?, pues,, en síntesis, que una vez que estamos aquí: “arrojados al mundo”, como posteriormente diría Martin Heidegger , podemos optar por: entregarnos a los placeres que se nos ofrecen y “taparnos” los oídos ante aquellos que pretendan acercarnos a la verdad, o bien podemos intentar buscar la verdad por nosotros mismos.  Por supuesto esta segunda opción es una tarea ardua y desagradecida porque puede llevarnos a la afirmación de que la vida misma carece de sentido. Pues bien, esta segunda opción es la que escoge el protagonista de la novela. 

El marco teórico y práctico en el que se mueve Andrés Hurtado es la afinidad con el pensamiento de Arthur Schopenhauer (1788- 1870). Filósofo alemán, nacido en Danzing. De familia rica, durante la adolescencia viajará con su familia por toda Europa. A la vuelta de sus viajes, y tras heredar, a la muerte de su padre en 1805, una fortuna que le permite vivir de las rentas toda su vida, ingresa en la universidad de Gotinga para cursar medicina (curiosamente la misma carrera que Andrés Hurtado), carrera que cambia al segundo año por la de Filosofía. Estudia también en Berlín donde asiste a las clases de Fitche y Schleiermacher. Rechaza ya entonces la relación entre filosofía y religión y anota en su cuaderno de clase, frente a la afirmación de Schleiermacher de que nadie puede ser filósofo sin ser religioso, “nadie que sea religioso puede ser filósofo”. Se aleja momentáneamente de Berlín para redactar su tesis doctoral que defiende en 1813 con el título de "La cuádruple raíz del principio de razón suficiente". 
En 1819 aparece su obra más importante: "El mundo como voluntad y representación", ninguna de estas dos obras le proporciona fama como filósofo y en 1820 decide trasladarse a Berlín, para dar clases. Las da, a propósito, a la misma hora que Hegel (que ha sido considerado el filósofo más importante del siglo XIX), a quien profesaba la más profunda aversión, y no constituyen sino un fracaso de oyentes. A causa de la peste, abandona Berlín y, en 1833, se instala definitivamente en Francfort. Retirado de la docencia, sigue escribiendo y publica en 1836 Sobre la voluntad de la naturaleza y, en 1841, Los dos problemas fundamentales de la ética. Reedita su obra fundamental "El mundo como voluntad y representación", añadiéndole nuevos capítulos y nuevos improperios contra la filosofía de “los profesores de filosofía” a la que contrapone la suya propia, que considera la filosofía de la verdad. En 1851, el cuidado estilo literario de Parerga y Paralipómena – extensa colección de aforismos sobre muy variados temas- le proporcionan la fama que, hasta entonces, se le había mostrado huidiza. 

En su primer prólogo a El mundo como voluntad y representación. Schopenhauer remite los orígenes de su filosofía a Platón, y sobre todo a Kant. 

El punto de partida lo constituye la afirmación kantiana de que “el mundo es una representación mía” que significa que todo lo que conocemos, sucede y existe sólo en el fondo de la conciencia humana (es el sujeto el que “pone” límites a la realidad para poder conocerla. Pone “el espacio”, “el tiempo” y “las categorías”. Espacio, Tiempo y Categorías son el marco que nos permite “conocer” la realidad y a nosotros mismos, pero fuera del sujeto que conoce no hay nada que pueda ser conocido). 

Esta afirmación fundamental del Idealismo tiene como consecuencia la distinción entre FENÓMENO y NOÚMENO. El fenómeno es la cosa tal y como yo la represento (como la conozco) y el Noúmeno es lo que la cosa es en si misma “su esencia”. Por supuesto el noúmeno es incognoscible para mí, por tanto de las cosas sólo puedo conocer fenómenos. 

Schopenhauer modifica la distinción fenómeno-noúmeno en un sentido nada kantiano: el fenómeno es “representación”, pero considerada como ilusión y sueño, es “apariencia”, lo que la filosofía india llama “velo de Maya”. Sin embargo, y en contra de Kant, a la “cosa en si” puede llegar el hombre mediante la “voluntad”. Mediante la voluntad, que es infinita, ciega y por tanto irracional, se llega a la esencia misma de las cosas, al "en sí". La voluntad podría también definirse como impulso, energía o fuerza original, es la esencia misma de la vida. 

La realidad es, por tanto, fuerza ciega infinita que se multiplica gradualmente en los individuos del mundo ilusorio de la representación “como se multiplica una imagen en las facetas de un cristal”. De este modo quedan enfrentadas la vida (la voluntad) y la razón (la representación). El mundo como “representación”, construido por el conocimiento humano, lleno de orden y generalidad, pero irreal; y el mundo como “voluntad”, real, pero que no puede ser conocido por la razón. Este mundo como “voluntad” carece de todas las características que agradan a la razón (el mundo como representación) porque es particular, caótico, cambiante y cruel. Por eso, para Schopenhauer, la única salida que le queda al hombre es el nihilismo. Dado que al hombre no le queda ni un resquicio de esperanza, lo único que podemos afirmar con total solidez es que la vida carece de sentido. 

Afirmar el mundo como voluntad es, por tanto, desdicha y dolor, un deseo (el de encontrar sentido a la vida) siempre insatisfecho. El hombre, como parte consciente de esa voluntad infinita, está destinado a sufrir. Todo sentimiento positivo es dolor; el placer no es más que la “ausencia de dolor”. NO HAY MÁS LIBERACIÓN QUE LA ANULACIÓN DE LA VOLUNTAD DE VIVIR Y DEL PROPIO YO. El arte, en especial la tragedia y la música, proporciona ya una primera liberación, porque anulan al yo, sumergiéndolo en la voluntad universal, en el dolor eterno colectivo. Sin embargo, la experiencia estética no es más que una liberación momentánea del dolor, el tedio y la insatisfacción de vivir. 

Hay otra fase, el estado ético que se alcanza por la negación de la voluntad de vivir, origen de todo mal. Exige:
   -  en primer lugar una ética, que Schopenhauer denomina ética de la compasión, esto es, unirse al dolor de los demás a través del propio dolor. La “compasión” contribuye a reducir el egoísmo y a realizar acciones con el ánimo de mejorar el bienestar ajeno. Se trata de la primera etapa hacia la salvación y consiste en ver más allá de los fenómenos individuales. Permite atravesar el "Velo de Maya", captar la realidad que se encuentra debajo de uno mismo y la voluntad común que une todas las cosas. 
   - Posteriormente la ascesis o ataraxia (inspirada en la filosofía budista, el nirvana, y en la ascética cristiana) consiste en poder distanciarse del mundo externo suspendiendo el deseo, la voluntad y cualquier perturbación que pudiera ocurrir a nuestro cuerpo. Se trata de anularse a si mismo y perderse en la unidad cósmica. 

Tras la negación de la voluntad, no queda sino la nada, que es lo que es el mundo. 

Después de todo esto ¿Por qué os parece que Andrés Hurtado está tan amargado? ¿No encarna el pesimismo vital que deriva de la Filosofía de Schopenhauer?... Pensad un poco.